De
De la dama que por Experiencia
(Nombre que en su idioma
natal se sugiere mágico
y suave),
los hombres recuerdan.
Replico ahora su canto al arroyo, que su alegre memoria dio a luz.
Oh Salpico! Gran Revés de Agua!
De tu pura invención me alimento.
Ventoso golpe de piedras
que a mi recuerdo ensordece.
Asombro inmediato ante
tu viuda sabiduría.
Los cristales que arroyo te forman.
Ante ti, pues, me siento!
Y exijo mi muerte en tus manos!
Te penetro, en tu respeto y placer,
Y acaricio tu correntoso cuerpo
con mis partículas unidas.
A nado me ves entre tus dedos,
y con suavidad me empujas en favor del mar,
alejándome de la montaña.
Multiplicas el sol en tu vientre.
Intento alzarte, mi yo escurridiza.
Mézclate en mis ojos! Salta a mi sexo
y envuélvete, mi placer!
Aura que nace en tus pies, y yo temeraria
de un sorbo la bebo.
Ante ti, pues, repito, confiada espero
tu sano brazo y mi muerte innovadora.
De
De la invocación
(bella existencia),
Que resurgió entre los hombres
En su cuerpo femenino.
Postrada estática ante la fogata, inmóvil por fuera. Por dentro prorrumpe su melodía.
Sepulcro incandescente.
¿Por qué susurras crepitante?
Los chasquidos que dictan tu intención.
Entiendo tus ojos en el fulgor,
en tu tinte danzante.
De ti no deseo los tridentes del ardor.
Es el espíritu de tu lengua al que invoco!
Es tu espíritu elevado que reclamo!
Reproducid en mí el clamor de tu manto,
calcina en mis manos el aire.
Tu vestido insondable.
El repique cálido que te nombra, ante la noche,
y que escupe con ira las brasas de tu ego.
Deja a mi cuerpo bañarse,
pues excitan tus llamas
y altera tu baile.
Permite a mis dientes penetrar tu blanco
y morderte el corazón.
Permite a mis senos abrazar los tuyos!
Eres mortífera, maldita atracción;
Pero profiero este canto invocante, ya sin miedo.
Por eso te incito Gran Fuego!
A que te muestres en la víspera de tu fin,
y beses mis venas sedientas.
Y ya dentro de mi quemar!
Siempre quemar!.