jueves, 15 de abril de 2010

Pedazo de Materia brillante



La genialidad, atravesada siempre por las más adversas dificultades, enfrenta al hombre con la degradante nitidez de su razón. Niega la mediocridad rutinaria de responder a las más absurdas y constantes necesidades humanas de respirar y alimentarse, sublima toda capacidad que existe en el hombre.
Sublevado antiguamente a consumar su ritual diario de permanencia estable y concreta, éste ha delegado la mayoría de las veces el poder extremo que se retuerce en su interior. El miedo y el tiempo han destruido la posibilidad de entender la falta de límites que proveen las arbitrariedades del sistema nervioso.
Sólo de a saltos se ha establecido la necesidad de creer en la metafísica e intermitente aparición de ciertos individuos que exceden la supuesta estructura del potencial humano. Y son estos seres los que reavivan el interés sobre las ciencias o artes, que conllevan a una diligencia total de otros que promueven luego el final avance del hombre. Pero la certidumbre de que estos espontáneos superhombres se reducen a una mínima proporción dentro de una torta gigante de normalidad y costumbre, hace más fuerte la desmoralización y más débil la entrega perpetua a un solo propósito.
¿Será quizás que este reconocimiento y admiración están reservados divinamente para aquellos cuya suerte se desarrolló a través de millones de minúsculas e inexplicables coincidencias, y que desembocaron en un minúsculo e inexplicable pedazo de materia brillante?
Puede que la negligencia, propia de nuestra raza, hacia temas verdaderamente importantes para el animal unido e inconsciente que es toda nuestra raza en sí, haya deteriorado e incluso aminorado su crecimiento natural.
Permanecemos tan encerrados, luego de enterarnos (falsamente) de la falta de especialidad en nuestras vidas que nos permitimos olvidarnos de la evolución orgánica que representa toda nuestra historia. La genialidad no reside en chispazos de inteligencia, sino en el simple movimiento de un axón.